De pie al borde del acantilado, me encucliyo para recoger en ambas manos un puñado de tierra. El sol comienza a esconderse y el horizonte se ve lejano. Abro los brazos alzándolos hasta la altura de los hombros, cierro los ojos, y dejo escapar la tierra entre mis dedos.
Canta Aimee Mann…
You look like a perfect fit
For a girl in need of a tourniquet
But can you save me
Come on and save me
If you could save me
From the ranks of the freaks
Who suspect they could never love anyone…
Luce perfecto e impecable, pero todo aquello son simplemente recuerdos agitándose en la memoria.
Un viento fuerte lanza mi cuerpo en dirección al sol, y a punto de dejar que el impulso alcanzado me lance a las fauces del mar, una mano afirma con fuerza mi brazo deteniendo la caída.
Es el griego. Imponente, y desafiante.
Sus alas lucen relucientes…
¿No vas a detenerte?,
¿No vas a decir ya es suficiente?
El Griego sonríe; me cuenta una historia que preciso olvidar. Un fragmento decía: Las alas vuelven a crecer… una y otra vez, a pesar de que las corte. Ahí están las alas cada mañana nuevamente.
Un par de alas de cera. Alas que lo dejan volar pero no demasiado alto… porque si alza el vuelo en dirección a las nubes, el sol implacable las derrite.
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martes, abril 26, 2011
jueves, abril 21, 2011
Palmera, Olivo y Romero
Me levanto temprano, muy temprano para alcanzar a dejar lista algunas cosas antes de partir a la oficina. La reunión parte a las 8:00, así qué a las 7:15 tomo un taxi de modo de asegurarme de llegar a tiempo. A mitad de camino el taxi choca, el chofer se baja del auto a increpar al otro chofer, patadas van y vienen, buscan a carabineros, y ya luego de unos 15 minutos logre bajarme del auto y salir rajada a buscar como llegar a la famosa reunión. 8:20 de la mañana, el chofer del Jefe que oficia de “Secretario”, le reitera que yo espero afuera, el Jefe responde: Bien. Sigo conversando con el secretario de piernas peludas, para hacer más a mena la espera. 8:40 voy a mi oficina aburrida de esperar.
Es un día sobreexigido, cansador. Me detengo a pensar en si ya me cansé de tener miedo a qué me despidan, o que algún Opus, o un amigo Legionario, o su vecino de Schoenstatt, vaya a encontrar alguna peculiaridad insostenible para que siga laborando acá. El día avanza y no tengo ganas de seguir pensando en “estos” hijos de Dios.
Son cerca de las 17:30, decido ir a buscar unas pinturas que mandé a enmarcar. Tomo un taxi para ir a casa, resulta imposible desplazarme con el peso de los cuadros, y además estoy cansada, algo abatida. Estando ya en la entrada de casa, un hombre con una enorme hoja de palmera se me acerca y me pregunta: ¿Tiene ramas de olivo?, le respondo que no mientras hurgueteo en mi cartera buscando las llaves y con los pies sostengo los paquetes con las pinturas. Él se acerca un poco más y pregunta, ¿Y ramas de romero?, entre que lanza la segunda pregunta logro encontrar las llaves y comienzo a abrir la reja, equilibrando la cartera, los cuadros, me volteo a responderle que el romero se demora demasiado en crecer, y pienso que se avecina el domingo de ramos… y empieza a quedar la cagada.
-Los perros se me arrancan-
Y bueno, mi perro agarra a otro perro que le había dado por instalarse fuera de la casa, y comienza la pelea, más bien no hay pelea, mi perro se lanza sobre el otro y comienza a morderlo furiosamente, se me cae la cartera, los cuadros, el hombre arranca, trato de tranquilizar a mi perro y en eso agarra papa mi otro perro y se abalanza también sobre el perro callejero. No suficiente con eso, y luego de dejar al otro perro herido, se lanzan a morder el perro de la vecina. Escucho gritos, escándalo, trato de separar a los perros sin resultado, se llena de gente curiosa mirando el maravilloso espectáculo, dejo todo tirado y trato de entrar a la casa, doblo la llave de la segunda puerta, pero logro entrar para sacar un trozo de carne para ver si eso hacía entrar a mis perros, salgo y veo todo blanco, soy incapaz de sostenerme, me apoyo en la pared suplicando que las cosas se calmen, pero no se calman y creo que voy a desmayarme.
Finalmente, logro que mis perros entren a la casa, los encierro, vuelvo por mis cosas a la calle, mientras el escándalo a fuera prosigue: Perros asesinos me gritan en la calle, hay que matar a ese perro grita la vecina. Entro a casa y luego llegan los carabineros de la nación. Lloro, no puedo controlar el llanto mientras los carabineros me toman los datos, y me dicen que deben notificar a fiscalía por mi perro de raza peligrosa, y explica y explica cosas que apenas retengo mientras sigo llorando. Me disculpo, asumo mi responsabilidad, acepto pagar la atención médica del perro de la vecina, insisto apoyada en la veracidad de la afirmación, que mis perros jamás salen a la calle, que fue un accidente, una torpeza de mi parte, y que no volverá a ocurrir. Luego de que todo parece estar ligeramente más tranquilo, veo al hombre de la rama de palmera parado enfrente contemplando el desastre…
Ayer, una semana después del “evento”, llevé la boleta del veterinario a carabineros para constatar que me había hecho cargo de la salud del perro de mi vecina. El paco que me atiende se ríe o burla de la situación, insiste en que no tiene sentido que deje constancia del evento… no es necesario, porque no hay registro el procedimiento y no hubo denuncia por parte del carabinero que fue a verificar el suceso. Me dieron ganas de buscarlo y darle las gracias, pero mejor volví a casa. Finalmente me pareció que aquel miércoles… sólo fue un pésimo día.
Es un día sobreexigido, cansador. Me detengo a pensar en si ya me cansé de tener miedo a qué me despidan, o que algún Opus, o un amigo Legionario, o su vecino de Schoenstatt, vaya a encontrar alguna peculiaridad insostenible para que siga laborando acá. El día avanza y no tengo ganas de seguir pensando en “estos” hijos de Dios.
Son cerca de las 17:30, decido ir a buscar unas pinturas que mandé a enmarcar. Tomo un taxi para ir a casa, resulta imposible desplazarme con el peso de los cuadros, y además estoy cansada, algo abatida. Estando ya en la entrada de casa, un hombre con una enorme hoja de palmera se me acerca y me pregunta: ¿Tiene ramas de olivo?, le respondo que no mientras hurgueteo en mi cartera buscando las llaves y con los pies sostengo los paquetes con las pinturas. Él se acerca un poco más y pregunta, ¿Y ramas de romero?, entre que lanza la segunda pregunta logro encontrar las llaves y comienzo a abrir la reja, equilibrando la cartera, los cuadros, me volteo a responderle que el romero se demora demasiado en crecer, y pienso que se avecina el domingo de ramos… y empieza a quedar la cagada.
-Los perros se me arrancan-
Y bueno, mi perro agarra a otro perro que le había dado por instalarse fuera de la casa, y comienza la pelea, más bien no hay pelea, mi perro se lanza sobre el otro y comienza a morderlo furiosamente, se me cae la cartera, los cuadros, el hombre arranca, trato de tranquilizar a mi perro y en eso agarra papa mi otro perro y se abalanza también sobre el perro callejero. No suficiente con eso, y luego de dejar al otro perro herido, se lanzan a morder el perro de la vecina. Escucho gritos, escándalo, trato de separar a los perros sin resultado, se llena de gente curiosa mirando el maravilloso espectáculo, dejo todo tirado y trato de entrar a la casa, doblo la llave de la segunda puerta, pero logro entrar para sacar un trozo de carne para ver si eso hacía entrar a mis perros, salgo y veo todo blanco, soy incapaz de sostenerme, me apoyo en la pared suplicando que las cosas se calmen, pero no se calman y creo que voy a desmayarme.
Finalmente, logro que mis perros entren a la casa, los encierro, vuelvo por mis cosas a la calle, mientras el escándalo a fuera prosigue: Perros asesinos me gritan en la calle, hay que matar a ese perro grita la vecina. Entro a casa y luego llegan los carabineros de la nación. Lloro, no puedo controlar el llanto mientras los carabineros me toman los datos, y me dicen que deben notificar a fiscalía por mi perro de raza peligrosa, y explica y explica cosas que apenas retengo mientras sigo llorando. Me disculpo, asumo mi responsabilidad, acepto pagar la atención médica del perro de la vecina, insisto apoyada en la veracidad de la afirmación, que mis perros jamás salen a la calle, que fue un accidente, una torpeza de mi parte, y que no volverá a ocurrir. Luego de que todo parece estar ligeramente más tranquilo, veo al hombre de la rama de palmera parado enfrente contemplando el desastre…
Ayer, una semana después del “evento”, llevé la boleta del veterinario a carabineros para constatar que me había hecho cargo de la salud del perro de mi vecina. El paco que me atiende se ríe o burla de la situación, insiste en que no tiene sentido que deje constancia del evento… no es necesario, porque no hay registro el procedimiento y no hubo denuncia por parte del carabinero que fue a verificar el suceso. Me dieron ganas de buscarlo y darle las gracias, pero mejor volví a casa. Finalmente me pareció que aquel miércoles… sólo fue un pésimo día.
miércoles, abril 13, 2011
Los Mandriles y el Sexo
Luego de mi paso por la India, creí que nada podría sorprenderme en relación a las libertades femeninas. Inicialmente, pasé mucho tiempo dando “explicaciones”, en relación a ser soltera, viajar sola y ser independiente, para todos resultaba inconcebible la situación. Para ellos era una vergüenza para mi padre el no haberme casado. Si viviera en la India estaría destinada a terminar mis días prácticamente escondida en la casa paterna. Después conocí una especie de “salvedad”; si había nacido bajo la influencia del planeta Marte, era factible que mi situación fuese aceptada, dado el sinnúmero de características de “chucara” que me otorgaba ese regente, así que ante las consultas referentes a mi situación personal opté simplemente por decir literalmente “Soy de Marte”, y el asunto se zanjaba de inmediato, era libre de mí y de mis “pecados”.
Ya de regreso en esta larga y angosta faja de tierra me encontré que el mandril sudamericano tampoco ha evolucionado demasiado. En una conversación con quien ha sido mi amigo con –ventaja- durante el último año y medio, me desayuné medio a medio con un argumento de lo más insólito. Era una conversación informal, no nos veíamos desde antes de irme de vacaciones y nuestro encuentro respondía más bien a una situación que nada tenía que ver con sexo, pero que finalmente terminó en una conversación relativa a ese ítem. Me consulta si estoy saliendo con alguien o tenía otro amigo con ventaja, a lo que respondí negativamente, ante eso me insinúo que dada mi libertad, podríamos retomar nuestro acuerdo sexual. Me volví a sorprender ya que habíamos “finalizado” nuestro acuerdo por insatisfacción de una de las partes -yo- , y le vuelvo a largar las razones por las cuales veía difícil volver a tener intercambio proteico si no se cambiaban ciertas circunstancias. Él guarda silencio, me mira y me larga: Yo podría cambiar las cosas y hacerlo más interesante, siempre que esa mejora no sea asociada a compromiso.
¿Compromiso?
¿Qué tiene que ver el compromiso en todo esto?
-Plop-
Y el mandril que lleva dentro responde: Es que si el sexo es mejor puedes creer que estoy buscando algún tipo de compromiso contigo.
Es decir; -Pienso yo- Dejarme contenta puede implicar que crea que siente algo por mí, o que podría caer rendida de amor por una buena perfomance sexual.
Decidí no alargar más la charla, y derivé rápidamente a lo que nos convocaba, luego cada uno siguió por su lado. Después pensé en lo difícil que le resulta a los hombres aceptar que uno pueda sólo querer un intercambio sexual satisfactorio, en efecto a estas alturas yo y mis amigas buscamos –amigos con ventaja- dentro del grupo de conocidos, de modo de obtener ciertas garantías de confiabilidad, confianza en el sentido que una sabe que se bañan, andan limpiecitos, no tienen mayores rarezas y cree que –ilusamente- son capaces de manejarse en eso del sexo sin compromiso. Ese sexo que no implica que no los trates bien, le preguntes de su vida, le des algo de comer y seas hasta cariñosa. Según he comprendido, finalmente todos creen que un buen polvo puede dejarnos enamoradas hasta las patas, y si más encima los tratas bien, es porque estás tratando de engatusarlos para que se comprometan.
Finalmente es bien difícil que un hombre asuma que una no es más o menos “suelta”, porque le gusta tirar sin compromiso. Al parecer siempre término moviéndome en los límites en que la cosa sexual sigue siendo para ellos una especie de entrega emocional, y les cuesta aceptar que una pueda separar y tener sexo sólo por el placer de tener sexo.
Ok…habrá que conformarse con un consolador; rendimiento óptimo, sin quejas, y sin amabilidad de por medio… y por cierto “sin compromisos”.
Ya de regreso en esta larga y angosta faja de tierra me encontré que el mandril sudamericano tampoco ha evolucionado demasiado. En una conversación con quien ha sido mi amigo con –ventaja- durante el último año y medio, me desayuné medio a medio con un argumento de lo más insólito. Era una conversación informal, no nos veíamos desde antes de irme de vacaciones y nuestro encuentro respondía más bien a una situación que nada tenía que ver con sexo, pero que finalmente terminó en una conversación relativa a ese ítem. Me consulta si estoy saliendo con alguien o tenía otro amigo con ventaja, a lo que respondí negativamente, ante eso me insinúo que dada mi libertad, podríamos retomar nuestro acuerdo sexual. Me volví a sorprender ya que habíamos “finalizado” nuestro acuerdo por insatisfacción de una de las partes -yo- , y le vuelvo a largar las razones por las cuales veía difícil volver a tener intercambio proteico si no se cambiaban ciertas circunstancias. Él guarda silencio, me mira y me larga: Yo podría cambiar las cosas y hacerlo más interesante, siempre que esa mejora no sea asociada a compromiso.
¿Compromiso?
¿Qué tiene que ver el compromiso en todo esto?
-Plop-
Y el mandril que lleva dentro responde: Es que si el sexo es mejor puedes creer que estoy buscando algún tipo de compromiso contigo.
Es decir; -Pienso yo- Dejarme contenta puede implicar que crea que siente algo por mí, o que podría caer rendida de amor por una buena perfomance sexual.
Decidí no alargar más la charla, y derivé rápidamente a lo que nos convocaba, luego cada uno siguió por su lado. Después pensé en lo difícil que le resulta a los hombres aceptar que uno pueda sólo querer un intercambio sexual satisfactorio, en efecto a estas alturas yo y mis amigas buscamos –amigos con ventaja- dentro del grupo de conocidos, de modo de obtener ciertas garantías de confiabilidad, confianza en el sentido que una sabe que se bañan, andan limpiecitos, no tienen mayores rarezas y cree que –ilusamente- son capaces de manejarse en eso del sexo sin compromiso. Ese sexo que no implica que no los trates bien, le preguntes de su vida, le des algo de comer y seas hasta cariñosa. Según he comprendido, finalmente todos creen que un buen polvo puede dejarnos enamoradas hasta las patas, y si más encima los tratas bien, es porque estás tratando de engatusarlos para que se comprometan.
Finalmente es bien difícil que un hombre asuma que una no es más o menos “suelta”, porque le gusta tirar sin compromiso. Al parecer siempre término moviéndome en los límites en que la cosa sexual sigue siendo para ellos una especie de entrega emocional, y les cuesta aceptar que una pueda separar y tener sexo sólo por el placer de tener sexo.
Ok…habrá que conformarse con un consolador; rendimiento óptimo, sin quejas, y sin amabilidad de por medio… y por cierto “sin compromisos”.
viernes, abril 08, 2011
Caminando
El semáforo parpadea
La figura de un hombre sin rostro encerrado en una diminuta caja se enciende y apaga, indica: Detente, no sigas. Mis ojos hipnotizados se mantienen fijos en la figura, se paralizan mis extremidades y detengo el avance. Un millón de palabras para poblar un texto sin escribir me golpean, se vienen encima al detener el paso tan abruptamente, intentan salir, dibujarse dentro de la piel, anhelan convertirme en una señaletica ambulante.
El semáforo vuelve a parpadear y me indica: Avanza.
Camino y se cruza ante mis ojos un musculoso, viste una camiseta elásticada negra, con ribetes estilo animal print en el cuello y en los bíceps, me acerco a él sin decoro alguno, como para qué me choque y saber si tiene olor a rudo, a hombre, pero a centímetros de causar la embestida de nuestros cuerpos, retrocedo y le dejo seguir avanzando sin saber a qué huele.
Otro parpadeo indiscreto, y fijo la atención en una princesa de vestido de gala de colores blanco y negro. Es un lindo e inapropiado vestido para las 8:30 de la mañana. Encaramada sobre un par de zapatos que apenas soportan su humanidad, juega a equilibrarse. Una carpeta en las manos, el bolso colgando del hombro, el cabello rubio despeinado, aún húmedo, en su cara maquillada se lee esperanza, decido seguirla y averiguar quién la espera, quiero ver para quien pretende lucir aquel vestido de princesa. A seis pasos de ella le he inventado una historia de princesa, con caballo blanco y príncipe azul, a seis pasos de distancia le imagino llena de lujos, luces y colores. De pronto se detiene e ingresa a un café, café sin glamur alguno, receptáculo de vidrios ahumados sin luz suficiente para apreciar el lujo de su vestido.
Vuelvo a buscar la dirección que me lleva a destino, camino sin pisar pastelones sueltos que mis pies ya reconocen sin mayor esfuerzo, recuerdo no doblar las calles demasiado pegada en las esquinas para evitar posibles embestidas de transeúntes apurados en llegar a alguna parte, tranquilizo los pensamientos sumando patentes, sumando numeraciones de las calles, busco alguna carta de naipe abandonada por ahí, educo a los pensamientos: ¡¡¡Hey pensamiento tú te vas desechado!!!!, ¡¡¡Hey idea loca vete en otra dirección!!!, todo al mismo tiempo hasta que llego a olvidar donde deben dirigirme los pies.
Hoy la ruta es más corta, evito la tentación de meterme a la vega y perderme entre los puestos de verdura, o ver al hombre que lustra manzanas y me piropea. Pienso en el carnicero; amor platónico de la adolescencia, que ya indicaba mi adicción por los rudos, no sé en cambio de dónde provino mi adicción por los miserables. Quizás asocio la idea de miserable con rudeza…aunque de sobra sé que en la miseria hay más cobardía que rudeza. Paso por mi jugo de frutilla con chirimoya recién preparado…tan helado que me duelen las sienes, aún así lo apuro como si fuera a ser el último de la vida… El jugo no me sostiene, los pensamientos vuelven a torpedear y abusar de mi complacencia…pero ya es hora de trabajar.
La figura de un hombre sin rostro encerrado en una diminuta caja se enciende y apaga, indica: Detente, no sigas. Mis ojos hipnotizados se mantienen fijos en la figura, se paralizan mis extremidades y detengo el avance. Un millón de palabras para poblar un texto sin escribir me golpean, se vienen encima al detener el paso tan abruptamente, intentan salir, dibujarse dentro de la piel, anhelan convertirme en una señaletica ambulante.
El semáforo vuelve a parpadear y me indica: Avanza.
Camino y se cruza ante mis ojos un musculoso, viste una camiseta elásticada negra, con ribetes estilo animal print en el cuello y en los bíceps, me acerco a él sin decoro alguno, como para qué me choque y saber si tiene olor a rudo, a hombre, pero a centímetros de causar la embestida de nuestros cuerpos, retrocedo y le dejo seguir avanzando sin saber a qué huele.
Otro parpadeo indiscreto, y fijo la atención en una princesa de vestido de gala de colores blanco y negro. Es un lindo e inapropiado vestido para las 8:30 de la mañana. Encaramada sobre un par de zapatos que apenas soportan su humanidad, juega a equilibrarse. Una carpeta en las manos, el bolso colgando del hombro, el cabello rubio despeinado, aún húmedo, en su cara maquillada se lee esperanza, decido seguirla y averiguar quién la espera, quiero ver para quien pretende lucir aquel vestido de princesa. A seis pasos de ella le he inventado una historia de princesa, con caballo blanco y príncipe azul, a seis pasos de distancia le imagino llena de lujos, luces y colores. De pronto se detiene e ingresa a un café, café sin glamur alguno, receptáculo de vidrios ahumados sin luz suficiente para apreciar el lujo de su vestido.
Vuelvo a buscar la dirección que me lleva a destino, camino sin pisar pastelones sueltos que mis pies ya reconocen sin mayor esfuerzo, recuerdo no doblar las calles demasiado pegada en las esquinas para evitar posibles embestidas de transeúntes apurados en llegar a alguna parte, tranquilizo los pensamientos sumando patentes, sumando numeraciones de las calles, busco alguna carta de naipe abandonada por ahí, educo a los pensamientos: ¡¡¡Hey pensamiento tú te vas desechado!!!!, ¡¡¡Hey idea loca vete en otra dirección!!!, todo al mismo tiempo hasta que llego a olvidar donde deben dirigirme los pies.
Hoy la ruta es más corta, evito la tentación de meterme a la vega y perderme entre los puestos de verdura, o ver al hombre que lustra manzanas y me piropea. Pienso en el carnicero; amor platónico de la adolescencia, que ya indicaba mi adicción por los rudos, no sé en cambio de dónde provino mi adicción por los miserables. Quizás asocio la idea de miserable con rudeza…aunque de sobra sé que en la miseria hay más cobardía que rudeza. Paso por mi jugo de frutilla con chirimoya recién preparado…tan helado que me duelen las sienes, aún así lo apuro como si fuera a ser el último de la vida… El jugo no me sostiene, los pensamientos vuelven a torpedear y abusar de mi complacencia…pero ya es hora de trabajar.
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