jueves, marzo 30, 2006

S & S. Capítulo II : Ícaro

Era el griego quien volaba alto, muy alto.
Yo estaba parada en un risco y cuando él volaba a media distancia yo le gritaba: ¡Ícaro! ¡No tan alto… no tan alto!, ¡las alas se derretirán!
No lograba ver su rostro, pero a la distancia oía sus sonoras carcajadas mientras volvía a elevarse aún más alto.

Decidí sentarme y contemplar su vuelo, mi mirada a veces se perdía en el cielo tratando de adivinar su paradero sin mayor resultado. De pronto un zumbido y un viento fuerte pasaron a mi lado. Era el griego que volaba rasante sobre mi cabeza. Se volteo y pude ver su rostro, un dejo de horror se apodero de mí llevando mis manos a cubrirme la cara, él en cambio sonrió y comenzó a elevarse más alto, más alto, cada vez iba más alto, pero de pronto su frenética carrera hacía el cielo se detuvo y como una pesada roca fue descendiendo hasta finalmente caer en el mar.

Un trueno, se oyó como un enorme trueno su desaparición en las aguas. Él, el glorioso griego creado para elevarse en el alto cielo, había desaparecido en las profundidades del mar. Cerré mis ojos y guardé silencio.

Abrí nuevamente los ojos y frente a mí estaba el rostro del griego, un grito de horror y desesperación se apresuró a salir de mi boca, y al tratar de huir me estrellé contra el piso. Me había dormido sobre la banca de la iglesia y aquellos ojos que me perseguían eran los del cristo de la capilla de la cárcel. Ícaro estaba crucificado frente a mis ojos.

Tomé mi mitad del manual del mormon, escupi en el suelo y dejé la capilla.

lunes, marzo 27, 2006

Bodas de Oro

Mis abuelos fueron amigos por algo más de seis años antes de pololear, mi abuela reconoce que nunca fue un noviazgo muy serio como los que acostumbraban tenerse por aquel entonces. Supongo que era un poco por el matriarcado férreamente establecido por la Mama Lucha, y por el hecho de que mi abuela Uka siempre fue demasiado moderna para sus tiempos.

Se casarón a escondidas, y lo mantuvieron en secreto por más de un mes, hasta que finalmente un día aprovechando la ausencia de la Mama Lucha, el tata fue por mi abuela y sus cosas. Siempre en esa parte de la historia a mi abuela se le llenan los ojos de lágrimas al recordar que su madre lloraba a gritos por la pena que tenía.

Este sábado 25 de marzo, en San Javier, se celebraron los 50 años de matrimonio de ambos. En cincuenta años, tuvieron 7 hijos de sangre, más 3 de crianza, 14 nietos, y 3 bisnietos. Fue una celebración hermosa, y muy significativa.

En tiempos en que todo es tan desechable y poco duradero, me pareció grandioso poder contemplar un hecho como éste. En más de alguna ocasión los he visto muy distanciados, sé que en más de una oportunidad quisieron separarse, y hasta apartaron camas, pero aún así, fueron capaces de seguir juntos. Sentí una alegría extraña, porque sabía que estaba teniendo la oportunidad de presenciar algo que quizás nunca más pueda ver.

Nadie de los presentes quedó ausente de la reflexión a la que invita un acontecimiento como este. Nos preguntamos en silencio y luego comentamos en grupo, respecto del poco esfuerzo que hacemos muchas veces por conservar los afectos, de construir el amor, como que de pronto, todos al parecer nos hemos vuelto flojos y cómodos, todos queremos las cosas sencillas y que nada nos cueste un gran esfuerzo. Cada quien hizo su particular reflexión al respecto y también fue algo que muchos nos preferimos guardar en el corazón.

Quizás ninguno de los presentes, logre llegar a lo mismo, pero creo que la mayoría quedó con la convicción de que si se puede alcanzar. Creo que de tanto ejercitar los músculos intelectuales, hemos producido una gran pereza en los músculos emocionales. Y hemos olvidado que el amor también se construye y que es imprescindible practicarlo para hacerlo crecer.

Muchas Gracias Abuelitos!

sábado, marzo 18, 2006

S&S

Parecía un pasillo largo, pero no quise esforzarme en imaginar lo que había tras la reja que impedía mi visión más allá. Mis pensamientos cesaron abruptamente en cuanto la mujer a mi costado me dijo: Debe dejar acá su reloj y todos sus efectos personales. Así que comencé a quitarme el reloj, el anillo que traía en mi mano izquierda y un par de aros. Luego vi como los depositaban en un sobre café y luego de sellarlo, lo dejo sobre el escritorio.

Luego de eso comenzamos a avanzar por el pasillo y al detenernos frente a la reja que había divisado un rato antes, ésta se abrió silenciosamente al pasar mi acompañante una tarjeta magnética por un lector que a simple vista jamás hubiese notado. Seguimos avanzando y de pronto el ruido ensordecedor de gente hablando, gritando, y quejándose llegó hasta mis oídos. La paz había terminado.

Mi acompañante me mostró el lugar dónde me quedaría en adelante, y espero a que me cambiara de ropa. Una vez que quedé vestida con el uniforme, tomó mi ropa y la puso en un sobre muy similar al que había visto en la entrada del recinto. Y repitió: Usted ya sabe las reglas y los horarios, veamos como se las arregla y no se meta en problemas. Entonces dio media vuelta y se fue.

Pasó un largo rato antes de que me atreviera a caminar por los alrededores. Pero pensé que era mejor habituarse lo más rápido posible al lugar, así que me arme de valor y salí de la habitación. No había avanzado ni 10 pasos, cuando el “comité de bienvenida”, salió a darme la recepción: Un certero empujón en el pecho y la pregunta del millón: “¿Y perra! por qué estás pagando condena acá?”. Y respondí: Yo soy inocente.

Mi primera noche en la cárcel la pasé en la enfermería, y al menos la primera semana completa lo haría, la paliza que me dieron fue descomunal y me iba a costar un poco recuperarme. Quien por la mañana me acompañó a mi celda llegó de visita al comenzar la noche y me dijo: Acá nadie es inocente, y si insistes con eso, vas a salir en menos de un mes con los pies por delante. Eché a correr el rumor que mataste a un par de pacos, veamos si eso te sirve de algo.

Al tercer día, y estando más recuperada, me dirigí a la capilla del recinto. Estaba adornada con unas flores plásticas que parecían llevar a lo menos una década con el polvo encima y la decadencia de las imágenes religiosas era pasmosa, sólo el cristo crucificado al centro me pareció realmente un fulano colgado ahí en medio de la nada y flotando magistralmente. Traté de recordar mis antiguas plegarias, quizás la del ángel de la guarda y no dio resultado. Un poco más adelante divise a una mujer con un pequeño libro en sus manos, y pensé que quizás el libro aquel, podría proveerme de algún tipo de alivio espiritual, así que me acerque a la mujer.

Se parecía a mi abuela, más bien quise que se pareciera a mi abuela, le dije gentilmente si podría facilitarme su libro de oración, me hizo un gesto y me invito a sentarme a su lado. Suavemente me dijo: Hija, yo no sé leer, sólo tomo este libro y lo presiono fuertemente en mis manos y le pido a la imagen del cristo que me ilumine. Debieras saber, que en lugares como éste, la religión y Dios, sólo sirven como excusa. ¿Cómo dice?. Sí, acá Dios sólo se hace presente para que le escupas el rostro y le culpes por lo que te esta pasando. Acá Dios no pasa para que le pidas nada, ni para que te consuele. Has como yo, sólo aprieta con fuerza el libro y piensa que es sólo Dios el responsable de lo que te esta pasando. Tomó entonces su libro, lo partió por la mitad y me entrego una parte a mí. Luego de eso agregó: Si quieres además, puedes ponerte de rodillas, eso le da una suerte de dramatismo casi mágico a la oración. Luego de eso, pasó su arrugada mano por mi cabeza, y se fue. Miré el trozo de libro que me había dado y era uno de esos manuales del mormon.

Me recosté sobre la banca de madera y mire de costado la imagen del cristo volando. Había que odiarlo y yo de momento no sabía como hacerlo, pero un dejo de frío que recorrió mi espalda me aclaro que probablemente aprendería muy luego. Entonces cerré mis ojos y lloré.

domingo, marzo 12, 2006

En el ejercicio de ser Madre. ¿Cuestión de competencias técnicas?

Luego del accidente, me cuestioné profundamente el hecho de ser madre. Fue la primera vez que hice un ejercicio formal, respecto de si efectivamente sería capaz de llevar a cabo esa enorme empresa. Participar de todo el proceso de hospitalización y recuperación de mi sobrino, se transformó en una especie de fatiga emocional, de la cual ha sido algo difícil recuperarme.

Hace unos días mi hermano regresó al trabajo, y eso implicó que entre las 6:00 y 8:00 de la mañana me hago cargo de mi sobrino y cuñada, hasta que llega la persona que los cuida. Eso me obliga a que al primer asomo de llanto me levanto, le preparo la mamadera, le doy la mamadera, le saco los chanchitos, lo mudo y lo vuelvo a acostar. En eso que se lee “breve”, debo tardar cerca de una hora. Siempre que no haya hecho caca, ya que en ese caso hay que lavarlo bien antes de poner el pañal limpio, y por ende eso implica a lo menos media hora más. Luego de eso, recién puedo hacer mis cosas he irme a trabajar.

Este fin de semana, mi hermano trabajo turno doble por el cambio de mando, y nadie podía venir el sábado a ayudarme con Calvito y la cuñada.

-Obligada a aperrar-

Yo he cuidado guaguas en alguna oportunidad, pero estar a cargo de uno desde las 6:00 de la mañana hasta las 23:00 fue con creces una experiencia memorable. Sin contar que esa noche tenía un compromiso, y que sólo gracias a la amistad, se sorteó bien que parte importante del tiempo yo anduviera dando leche, sacando chanchitos, cambiando ropa y haciendo de mamá postiza. El domingo sólo me ocupé de ellos hasta las 14:00 horas, cuando llegó mi mamá a rescatarme.

-¿Estaré alguna vez preparada para ser madre?-.

Por otro lado…
La compañía de Calvito, fue con creces de una envolvente dulzura.
Jamás se quejo de forma alguna de mi torpeza, o de mi exagerada tendencia a apretarlo por miedo a soltarlo. Tampoco refunfuño por tener que despertarlo para que me acompañara al supermercado, ni reclamó por no saberme todas las canciones que a él le gustan. Siempre tuvo una sonrisa amable, aunque me demorara en poner como corresponde el pañal.

Cuando analizo esos “detalles”, es que me doy cuenta, que la maternidad resulta una locura tan envolvente, que a pesar de la razón… voy entendiendo porque la humanidad aún no se extingue.

jueves, marzo 09, 2006

Frazada... Cuadro VIII de una manta de 10x10

VIII.- Fiebre

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Oferta…

El exceso de oferta que abruma y espanta.
No puedes comprar en la farmacia sin tener pánico de pensar que en las tres esquinas restantes, la (s) otra (s) farmacia (s) puede tener el mismo remedio luca más barato.

No me puedo comprar lentes sin pensar en que las 10 ópticas distantes en metros unas de otras, los marcos, o los lentes podían salir luca más barato.

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Tengo el cuerpo saciado de ganas y esmeros.
Un cuerpo que ha vuelto a ser ocupado diligente y generosamente.
Un cuerpo saciado.
Espasmos de placer colorean mis mejillas.

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Una calle abarrotada de gente, yo afiebrada tratando de avanzar…
Las sienes reventadas de tanto soportar el peso de latidos sinuosos.
El sudor escurriendo frío y lento por mi espalda.
Un dolor amargo en la garganta.
Y entonces entre la huída desesperada del peso corporal, la bulla, el calor y el dolor, su imagen cruzó ante mis ojos.
Imagen deliriosa arraigada en la pupila.
Me quedé detenida en medio de la acera siguiéndote con la mirada… hasta que un individuo algo presuroso me obligo avanzar.

La fiebre… quiero culpar a la fiebre de recordarte tanto…
(Porque quisiera creer que uno extraña de mentira)
Y preferí quedarme muda a lanzarte casi por descuido nuevamente un: Te extraño.
La fiebre… sólo quiero culpar a la fiebre.

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