lunes, mayo 28, 2007

Suave y delirante

Suave y delirante
Sintiendo bajo mis pies la tibieza de la madera, el crujir de las tablas que se vuelve rítmico, acompasado y marca mí paso suave. Las luces apagadas y poco a poco la vista se acostumbra a la obscuridad. La tibieza y suavidad de la madera contrasta con lo frío de los muros.

- Jugando en la obscuridad -

El pasillo es largo y angosto, al final del corredor se ve algo de luz, pareciera el brillo de la luna atrapado en el parqué, se desdibujan las sombras de los muebles y de los recovecos, transformando la sencillez de la habitación con dimensiones nuevas y desconocidas.

Detenida en medio del pasillo, con el cuerpo apoyado contra el muro sintiendo el contraste entre la madera en mis pies, y mis brazos extendidos aferrados a las paredes. Una inspiración profunda, cierro los ojos y deslizo lentamente los brazos hacia abajo acariciando con las uñas los muros, la sensación áspera, casi un desgarro, al deslizar lentamente mis manos por el muro, se detiene justo en el instante que tu respiración agitada se desliza por mi cuello y mi pecho desnudo.

Tus brazos se extienden dibujando nuevamente la piel de mis brazos, y desciendes lento, por mis contornos. Con tus manos extendidas vas delineando los brazos, bajando hasta la cintura, pasando por los muslos y volviendo a subir; y vas de delinearme, a convertir en márgenes, los limites de mi cuerpo; Muslos, caderas, cintura...y siento tus manos que con fuerza aprisionan mis pechos y el impulso de tu cuerpo que invita a voltear. Y ahora el bis a bis lo marca mi rostro enfrentado con el muro y el calor intenso que brota de tu cuerpo apoyado a mi espalda.

Y comienza el beso eterno, el deslizar la lengua y los labios por los hombros, la espalda, la presión frenética de tus manos sobre mis brazos, la intensidad del control sexual, y del dejarme llevar, y te agitas sobre mí, y muerdes despacio los pliegues de mis caderas, y vuelves a dibujar con tu boca mis pliegues, mis surcos, mi sexo.

El abrazo no acaba, y ahora el bis a bis, lo da tu cara frente a la mía, y el frescor del muro helado, parece desaparecer al enfrentar mi espalda tibia, mi cuerpo sudoroso. El abrazo que sofoca, las lenguas que se atrapan, y siento como el calor y la humedad de tu cuerpo me penetran lentamente, la presión de tu cuerpo y el muro que sostiene el agitado compás que me consume lentamente, aprisiono tu espalda con mis piernas y te obligo a estar más cerca, a entrar un poco más, a provocar más roce, a entregarme la sensación voraz que se agita por entre las piernas y sube un poco más, y recorre el cuerpo, y te obliga a entrar un poco más, y el espasmo de placer que conmueve lo infinito de mi ser, se extiende por mi cuerpo y se esparce entre los muros y entre las sombras en un grito mudo y continúo, que se mezcla con mis palabras obscenas a tu oído.

martes, mayo 22, 2007

Otoño




Sí, hay que olvidar:
Olvidar al hombre, al niño, la mujer, la historia, el duelo, la nostalgia, el perpetuo “etc.”.
Olvidar porque es preciso olvidar para avanzar.
Olvidar la frase: Sí, hasta que la muerte nos separe.
Olvidar al del piso de arriba -sector poniente- y de paso al del -sector oriente- .
Olvidar a quien le escribí y envié una carta por correo sin incluir sus apellidos ni la dirección.

-Olvidar de paso que estás olvidando-

Aprovechando el otoño…
Con cada hoja barrida: Un pensamiento para olvidar.
Y entonces aparece una hoja de otoño remolona que se pega en mi pelo, un poco de savia de hojas de bambú que se escurre y pega en mis manos. ¿Esos serán los recuerdos que se niegan a desaparecer?.

-Hojas de damasco que adornan el olvido -.
Hoja tras hoja. Hojas que se juntan y si miras con cuidado dan forma a un instante de la vida que es preciso olvidar, abandonar, embolsar y tirar lejos de casa.
Hojas que despego de mi zapato, hojas perdidas en medio de un puñado de barro.
-Pensamientos (Recuerdos) algo soldados al espíritu-.
Y me abandono a la frenética idea de recoger los recuerdos-hoja y embolsarlos rápido para que entre lunes y viernes una mano distinta a la mía tome aquella bolsa, y se lleve un puñado de recuerdos y deje espacio para que yo pueda seguir olvidando. Un olvido más aliviado porque de tanto olvidar ya he olvidado cuando –he olvidado-.

Olvidar…
Olvidar la mujer que nunca estrechó con sus lustrosas manos tus mejillas. Mujer que de tanto debatir si amar u odiar decides que es mejor sólo olvidar.
Olvidar al niño que quizás logre partir mi corazón finalmente en dos…
Olvidar que si él ríe hace brotar el agua suavecito, como garúa de manguera en pleno verano, agua suave con olor a cedrón delgadita y refrescante.

Olvidar ¿Qué?… ya no lo recuerdo, sólo sé que es necesario seguir olvidando.

Es preciso buscar más bolsas en las cuales dejar caer las hojas del almendro, algunas del laurel en flor. ¿Y lo que queda para siempre en la memoria?, ¿Será acaso como el naranjo? -El naranjo que siempre luce vestido de verde-, o quizás como los cardenales que no dejan de florecer. Las dalias ya se apagan, los narcisos que se encienden…

Hay recuerdos que vuelan y vuelan raudos sobre mi cabeza posados sobre una hoja. Recuerdos-hoja que burlescos se posan sobre mis ojos, otros que se pegan a mi chaleco y los vuelvo a recuperar en cuanto me la quito en la habitación y al ver aquel recuerdo-hoja sobre la lana sólo puedo exclamar: ¡Yo pensé que te había olvidado!.

Y aquellos recuerdos-hoja que mi mano acuciosa no pudo atrapar, le ruego al viento los lleve lejos, antes que la tierra y mis pensamientos lo vuelvan a atrapar.

viernes, mayo 18, 2007

VUELO EN PAREJA.

Un lindo texto de Patricia Mey que encontré entre unos mail olvidados de alguien difícil de olvidar...


¿Por qué o para qué entrar en una relación de compromiso permanente con otra persona en épocas de tantos vaivenes y cambios? ¿Qué gano ligándome a otro, si la vida me ofrece tantas oportunidades de experimentación de acuerdo a los impulsos y deseos del momento? ¿Para qué cerrarme puertas si solo (a) puedo ser más libre y vivir sin ataduras? ¿No será mejor entrar en relaciones circunstanciales, sin compromiso de por medio, de modo que cuando se vaya el encantamiento volemos como mariposas en busca de otras flores? Estas preguntas surgen con fuerza en una época en que la persona como individualidad cobra espacio y fuerza, en que los caminos se toman por libre opción y no tanto por una cuestión consensual. La exaltación de la individualidad, si bien trae el riesgo del extremo egoísmo, también nos lleva a reflexionar y tomar opciones auténticas de acuerdo a nuestra conciencia y, desde allí, obtener los aprendizajes desde nuestra verdad.

La opción por las relaciones fugaces y encantadas si bien nos da la impresión de una vida más flexible y libre, por otra parte genera relaciones superficiales en que arranco cuando surge el obstáculo, en vez de usarlo como un medio de enfrentarme, mirarme. Así sustituyo el hacerme cargo de la situación y vivir las crisis necesarias para transformarla por evadir y escapar. Este tipo de opción en una persona adulta, en vez de generar amplitud y libertad, conduce a la restricción del propio ego y a la esclavitud de los propios deseos y obsesiones, puesto que sólo miro desde mí.

Comprometerse a vivir la vida con otro constituye un inmenso desafío y una oportunidad de expandir la propia limitación a través de las aperturas que el otro me aporta. Hacer la vida con otro es estar dispuesto a mirar el mundo desde su ventana, ampliando la perspectiva propia; es estar dispuesto a acompañar, muchas veces sólo desde la observación, sus cuestionamientos, dificultades, debilidades. Es tener la oportunidad de asistir desde lo más íntimo al proceso de otra vida humana.

Hubo tiempos en que los fundadores de grandes filosofías espirituales entregaron el concepto de la pareja como una unión sagrada. Quizás podríamos rescatar algunos de ellos, como el sentido de unirse en pos de la realización espiritual de ambos, lo cual implica apoyar y estimular los procesos de autoconocimiento, servicio, autorrealización, entrega de cada uno en el medio en un marco de respeto a los acuerdos básicos de fidelidad y exclusividad propia de la relación de pareja. Porque no nos unimos a otro para ahogar lo que somos, sino para encontrar un cómplice en la actualización de lo que Soy y el otro Es. Para apoyarnos y desde allí apoyar mutuamente el aporte que cada uno hace al mundo.

Vivirse esto en lo cotidiano no es fácil. No siempre tenemos las cosas tan claras, muchas veces manipulamos o somos manipulados, o no somos capaces de liberarnos de la rabia que el otro nos produce, o simplemente no queremos mirarnos y hacer cambios.

Para ello es preciso estar ante personas conscientes de sí mismas, de la vida como una oportunidad de evolución y aprendizaje Se requiere otro que esté dispuesto a vivirse la pareja como un desafío que lo interpela y lo hace mirarse y cambiar y no como otro le sustituye sus carencias.

Probablemente falte mucho para llegar a establecer este tipo de relaciones; aun así, es importante tener la mirada clara para saber hacia donde tender nuestros esfuerzos aun cuando los logros en relación a éstos sean mínimos.

Por algo se empieza, y lo que logremos hoy será un regalo para las generaciones venideras; esto es vital porque la potencia de transformación y aporte de una pareja coordinada en relación a ciertos objetivos es enorme, es una fuente de transformación del mundo en cualquier área que ésta se enfoque, un foco irradiante de bien personal y social.

jueves, mayo 10, 2007

Romero




Romero era un gato de color anaranjado bastante sociable y divertido que pasaba largas horas persiguiendo una lana o recostado sobre mis piernas. Por las noches solía dar largos paseos, hasta que de uno de ellos volvió todo ensangrentado y sin su ojo izquierdo. Desde aquel incidente, el gato se refugio en un mutismo que sólo acababa, cuando se metía al subterráneo y comenzaba a maullar.

Desde la casa, la puerta de acceso al subterráneo estaba clausurada puesto que las escaleras estaban en muy mal estado, eso implicaba que para entrar a aquella habitación, había que hacerlo por el patio. Aquel “detalle” a Romero parecía no importarle, puesto que entraba al subterráneo desde el patio y se ponía a maullar insistentemente tras la puerta cerrada, hasta que iba a buscarlo. En cada oportunidad, al verme, Romero ronroneaba maliciosamente y subía por las escaleras roñosas hasta detenerse en algún escalón. Podría asegurar, que el gato gozaba al ver mi patético acto de malabarismo con el cual pretendía rescatarlo, de un lugar donde él podía salir solo si se le antojara hacerlo.

A veces parecía que Romero hubiese olvidado aquella habitación y se recostaba en mis piernas, y hasta dejaba acariciarse si estaba de buen humor, pero de improviso se levantaba y se dirigía a la puerta del subterráneo, y volvía a la angustiante rutina.

Después de un tiempo, y harta de estar saliendo al patio para sacar al gato, decidí llamar a Don Manuel, el cerrajero. No fue por darle el gusto a Romero, si no por simplificar un poco mi vida, me tenía al borde de la locura ir a diario o día por medio según el ánimo del gato a dar la vuelta por el patio para sacarlo del subterráneo, pudiendo hacerlo desde la misma casa.

-Aún recuerdo que un martes a eso de las 18:00 llegó Don Manuel, con una maleta llena de herramientas, Romero se acerco despacio y lo olfateo detenidamente, y luego se sentó a esperar.-

Don Manuel, vive como a 2 cuadras de mí casa, por lo cual resultó bastante cómodo para ambos su trajín. Fue y volvió un par de veces, hasta que logró abrir la famosa puerta con una de las tantas llaves que según él tenía apiladas en su casa. Abrió la puerta y encendió la luz que estaba a un costado, la vista desde arriba de las escaleras me provocó una sensación de vértigo y mareo, pero en un instante, pase del vértigo a oír los penetrantes maullidos de Romero, quien sumergido en un acto de locura, corría de un lado a otro, como si estuviera preso de un extraño trance. De pronto y sin motivo aparente, Romero salto sobre el cerrajero haciéndolo perder el equilibrio y lo lanzó escaleras abajo.

-Don Manuel parecía muerto, tirado en el suelo con los ojos cerrados. -

Apenas si alcance a proferir un grito de horror, y comencé a bajar las escaleras para ir a socorrer a Don Manuel, pero Romero se adelanto a mis planes y decidió lanzar su segundo ataque. El gato velozmente se subió sobre el cuerpo quieto del cerrajero y le arranco el ojo izquierdo, el mismo que a él le faltaba. En medio de mi espanto, Don Manuel pareció despertar, sacó una llave de su bolsillo y le dio un golpe seco en la cabeza al gato.

Romero esta enterrado al fondo del patio, supongo después de todo, estará feliz, se vengo de su agresor. Tiempo después, supe que Don Manuel había sido quien arrancó de un golpe el ojo de Romero, cuando éste lo sorprendió empujando la jaula de sus catitas.

jueves, mayo 03, 2007

Argumento

Fue lo pobre de su argumento, o quizás, sólo el hecho de que titubeara insistentemente los 5 minutos que caminamos por la calle tratando de definir si cruzar o no. Sentí que su respiración trataba de controlarse en su pecho, y por unos segundos imaginé que los botones de la camisa volarían ante la presión que ejercía su corazón atrapado en la ropa. La duda terminó de asentarse cuando de improviso trato de cruzar la calle y sólo la suerte sumada a mi brazo atento, impidieron que su humanidad se convirtiera en una mancha roja en el lustroso pavimento bajo nuestros pies.

Me había acostumbrado a que me evitara, sus lentes que solían proveerle de una inusitada seguridad, eran su mejor escudo, también prefería hablarme con la cabeza gacha firmando alguna cosa, pero que duda cabe, era a través del sarcasmo donde más fortaleza encontraba. Ahhh… infinitas barreras y obstáculos, dolorosas imágenes de yeso que se me antojaban a veces perversas y tiranas, incapaces de ser misericordiosas ante mi dolor. Y por más clemencia que les invocaba, sólo encontraba silencio, silencio que era aún más doloroso que la –evitación- forzosa a la que nos sometía nuestro paraíso celestial-social en el que vivíamos. Dejé de usar tacones pensando que era el retumbar de mi paso firme en las lustrosas baldosas lo que impedía que el altísimo oyera mi decadente oración.

Sí, yo también temía, pero la certeza de que nuestros temores tenían raíces distintas fue lo que me permitió insistir, y ubicarlo a una distancia en la cual su cuerpo estaba obligado a reflejarse en el mío. No, ya no podría evitarme, ni escurrirse en frases esquivas, ha de pasar aquello (Probablemente más de las veces que yo logro darme cuenta).

Entramos en un café y nos sentamos. Silencio, silencio, más silencio, y cuando ya las paredes carentes de adornos se parecían al templo del cual huimos, y había perdido la noción del tiempo, dejé que mi boca aventurara un: ¿Por qué?, No respondió, así que dejé que mis ojos divagaran nuevamente hasta que se posaron en una ventana. Pareció entonces como una broma macabra, mi vista por la ventana estaba bloqueada por un enorme mueble que sólo dejaba traspasar minúsculas fracciones de cielo, y la sensación de estar en un callejón sin salida se terminó de apoderar de todos mis sentidos.

Volví a mirarlo y sentí que mis ojos buscaban los suyos, pero sólo conseguí que se posaran sobre un par de cuencas vacías, inertes, sus ojos carecían de movilidad, de expresión, los anhelos se quedaron quizás atrapados en aquellas gafas que de tanto mal usar afirmaban sus cristales entre hilo de cocer y scotch, ese recuerdo me hizo sonreír y antes de que el universo de seriedad y solemnidad que construí se desmoronara impulsado por aquel –feliz recuerdo- volví mí rostro nuevamente hacía el trozo de vidrio disponible de la ventana, y miré como el sol dibujaba los primeros lustros de una cuidad que dejaba de ser oscura y lejana.

No, no podía ya rezar, había olvidado como elevar la plegaría lo suficientemente alto, para que no se perdiera entre el murmullo de la ciudad antes de llegar al altísimo, y un llanto plagado de gemidos salió por mis ojos, nariz y boca, sentí de pronto que me desmoronaba y que estaba sentada frente a una imagen de yeso incapaz de calmar mi corazón suplicante. No, no guarde compostura alguna, ni busque entre mis cosas algún recuerdo feliz que me ayudara a pasar el trance, sólo seguí llorando hasta que sentí que podía levantarme y salir caminando de aquel lugar. Él sólo me dejo llorar, y su inquebrantable postura de hombre santo y perfecto no se desdibujo ni un segundo de su rostro. Cuando mi alma que salió a pasear por los alrededores finalmente retorno a mí, me levanté de la silla y partí. En aquel lugar sólo quedó de mí un pequeño cerro de pañuelos desechables y servilletas que amontone en un rincón de la mesa antes de partir.

miércoles, mayo 02, 2007

¿Ha visto usted mis lentes?

Vanidad:
(Del lat. vanĭtas, -ātis).
1. f. Cualidad de vano1.
2. f. Arrogancia, presunción, envanecimiento.
3. f. Caducidad de las cosas de este mundo.
4. f. Palabra inútil o vana e insustancial.
5. f. Vana representación, ilusión o ficción de la fantasía.
ajar la ~ de alguien.
1. loc. verb. coloq. Abatir su engreimiento y soberbia.


Yo había decidido hace un par de años comprar mis lentes en el Club de Leones, por dos razones: Estaba sin trabajo y alejarme de la vanidad. Este año en cambio ya más establecida laboralmente y con un dejo de vanidad fui a la óptica y compré un par de lentes lindos y a la moda. Lentes que me costaron al menos 4 veces lo que pagué por los últimos que tuve.

-Los pagué en 3 cuotas precio contado-
-Terminé de pagarlos el mes pasado-

La semana pasada al buscarlos afanosamente en mi escritorio, cajones, bolsillos, cartera, no estaban. Llegué a casa y busqué debajo de la cama, en otros bolsillos, otras carteras, pregunté en todos lados, los lentes habían desaparecido.

Tengo diversas teorías respecto a su desaparición, me agrada más la de ciencia ficción. Nunca pierdo nada, y perdí mis vanidosos lentes, lentes que por lo demás necesito.

Así que me animé a lanzar al universo: ¿Ha visto usted mis lentes?