
Yo le decía en la última carta que sólo bastaba que se pusiera una linda corbata azul y apareciese así como si nada en el umbral de la puerta y me dijese “Buenos días”. Quizás eso lograría finalmente animarme, podría quizás decirle con cierta calma: Sabes… el dolor me supera de una forma tan espantosa, que tengo miedo, ¿Vamos a tomar un café?. Quizás podría fumarme un cigarro de nuevo… si, uno después de casi 1 año y medio sin fumar, probablemente no importaría.
Quizás podría abandonarme finalmente sin culpa alguna ante el dolor, dejar de resistirme, dejar que el maldito martirio me consuma por completo, ya no dar más la pelea por estar “compuesta”. Sí, porque quizás podría fijar mis ojos en la corbata y sentirme confortada. Yo no tendría que explicar nada, yo sólo podría apoyar mi cabeza en alguna parte de su cuerpo para creer que quizás no todo esta perdido.
La compostura agota, la civilidad tortura… No, ya no se puede llorar en público, y las micros van demasiado llenas como para tocar un asiento libre junto a la ventana y poder fijar la vista mientras las lágrimas brotan. No, ya no se puede preciar de ser débil e inestable emocionalmente, no se permite estar triste, no se puede extrañar tanto… ¿No hay nada en tu botiquín que pueda aliviarte?. Marear el dolor, emborrachar los sentidos, contarte un cuento de que así no más son las cosas y es la mano que te toca, ¿Qué mierda más podrías hacer?, ¿Pensar en una linda corbata azul?, ¿Llorar, llorar, llorar y seguir llorando?
Sí, llorar y llorar, con la esperanza de que quizás finalmente me canse de llorar tanto.
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