jueves, junio 14, 2007

El grito

Por favor grita –le dije-
Grita con fuerza, no dejes que se queden atrapadas entre tus dientes ese puñado de palabras que finalmente logró zafarse de tú estómago.

Yo no sé muy bien si me escuchó, la idea era poder sacar aquello que le apretaba la garganta y taponeaba los oídos dejándolos como abombados. Era sólo un puñado de palabras atrapadas en la boca. Palabras que daban vueltas por la lengua, chocaban contra los dientes y de golpe volvían al estómago al no poder salir. Luego otra vez la rutina: El estómago se contraía, hacía subir las palabras, pero el impulso jamás era suficiente para lograr sacarlas por la boca, éstas sólo repetían infinitamente sus estrellones contra los dientes, se enredaban en la lengua y volvían nuevamente a su origen.

Entonces yo la zamarreaba y le decía: ¡Déjalas salir!, ¡Anda grita no más!, aprovecha que no hay nadie cerca. Pero no quiso, o quizás realmente no pudo y se sentó abatida sobre una especie de fisura que había en la roca, yo contagiada del abatimiento trate de sentarme su lado y mientras me acomodaba le di un suave empujón con mis caderas para que me hiciera un espacio en la fisura en que apoyaba su humanidad.

La mire de reojo, acerqué mi mano a su vientre y le dije: “Pareces embarazada”, ambas nos reímos largamente, y a medida que se relajó, su vientre disminuyó de tamaño, quizás las palabras aprovecharon de huir entre las carcajadas y no lo notamos, entonces luego del lapso ya estando ambas más tranquilas, nos levantamos y comenzamos a caminar. Algunos instantes después, ella se alejo un poco del sendero y me pidió que la esperara, tardo unos minutos que me parecieron demasiados, así que sigilosamente decidí acercarme y ver que hacía.

Ella me llamó aquel día muy temprano por la mañana y me pidió que la acompañara, señaló que había algo de lo que quería “deshacerse” que le apretaba el estómago, que tenía un problema que necesitaba “gritar” al viento, voltear y olvidar. Y yo la acompañé.

Me pasó a buscar y nos fuimos a aquel lugar que visitamos un par de veces cuando éramos niñas en el Cajón del Maipo, en el trayecto sólo hablamos de trivialidades, pero de repente tenía que detener el auto porque de improviso se ponía a llorar desesperadamente, y entre sus crisis de llanto yo lamentaba profundamente no saber conducir, finalmente llegamos a destino y yo empecé a ayudarla a “gritar” su contrariedad.

No debí acompañarla, ¿Pero como no iba hacerlo?, quizás no debí seguirla cuando se acerco a los matorrales, debí respetar su solicitud, pero no pude y finalmente la vi de cuclillas en la tierra llorando y llenando de tierra un agujero. Palidecí, también quise gritar de espanto, de miedo, pero sólo atiné a retroceder en silencio hasta el sendero, pensé en salir corriendo, pero el terror me paralizó, y me dejo ahí estática esperando a que terminara de sepultar su dolor. Al levantarse me vio parada tras ella, palideció, creo que quiso huir pero tampoco pudo, sólo se quedó junto a mí detenida, suspendida y de pronto echo su cabeza hacia atrás y grito con fuerza, cada vez con más fuerza, se cogió con ambas manos la cabeza y siguió gritando hasta que caer sobre la tierra.

No le ayude a levantarse, la dejé ahí de rodillas y corrí por el sendero lo más rápido que pude sin mirar hacía atrás, su grito sonaba en mis oídos y en mi cabeza golpeando con furia e insistencia, seguí corriendo hasta llegar a una avenida y conseguí que alguien me llevara de vuelta a la ciudad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tan terrible fue saber que no estabamos empatados :S

J. dijo...

Joven y apuesto galan, creo que los personalismos los dejamos para otra instancia.

Además debieras leer para editar, en eso quedamos ¿No?

Besos.

Anónimo dijo...

ya no... no estamos empatados. ganaron los indios...

de todos modos no creo que mucha gente sepa por aca quien soy, no aplico bocina. :)