jueves, enero 12, 2006

LA CODICIA DE DIOS

I

Mirando tras el cobijo de la invisibilidad de su condición, somete al arbitrio de sus ojos el cuerpo aquel. Cuerpo que se funde en medio de la tierra, tierra que abraza y perfuma, tierra que absorbe y cubre su desnudes.

Y mientras Dios codicia silencioso las formas, los pliegues y los nudos, la tierra se apodera silenciosa de los gemidos de la mujer, y la rodea con su tibieza. Y Dios siente el anhelo de tener manos que le permitan traer hacía si, a aquella que aprieta con fuerza las hojas.

-Y Dios conoce al fin la envidia –

Envidia que se mezcla con el mecer silencioso del cuerpo de aquella que gime y persigue entre su carne el anhelado orgasmo. Y la ve acariciarse, y disfruta el gozo pagano del cuerpo anhelante, el cuerpo que gime, el cuerpo que busca y persigue el gozo.

Y va aquel que se llama Dios y se regocija en un anhelo nuevo, y cae preso de su curiosidad manifiesta y entonces anhela, y entonces se pierde. Y entonces desea volverse humano.

- Y Dios al fin conoce la necesidad-

La omnipresencia se vuelve torpe y encarcelante, la necesidad de manos que aferren la desnudez de la mujer que yace desnuda sobre la tierra y el Dios entonces se transforma en un grito delirante y brama a los mares y azota tempestuoso el árbol que a aquella cobija.

En medio de la oscura codicia, Dios se transforma en las hojas del árbol y ordena impetuoso al viento mecerlas, para descender despacio, y aprisionar a trazos las formas de la mujer. Y goza un gozo sublime, y siente la necesidad del pecado y mientras desciende y se posa sobre aquel cuerpo desnudo, sólo consigue notas, más no la composición total.

La tierra sometida ante el ímpetu de aquel que la crea, se somete y pareciera reconocer la mano del creador. Y mientras la mujer se abriga en la brisa tibia, siente como un disfraz de hombre anhela desesperado la carne de sus labios.

Y Dios se vio entonces seco y anhelante, prisionero de su propio caos, intransigente ante su pecado, vulnerable y codicioso. Dios desea ser hombre, Dios envidia, Dios finalmente desea poseer.


II.- El Dios Voraz

Agotar los sentidos y sentir que como el frío penetra por las entrañas.
Y percibo algo distante esos ojos que me devoran y me consumen el alma.
Y respira lento sobre mi hombro, y se agita despacio sobre mi almohada.

Y siento esa necesidad destructora arraigada en mis entrañas.
Devora mis cimientos.
Destruye mi fortaleza.
Desmigaja mi voluntad.
Dejándome otra vez prisionera del desvarío y de inconsistencias.

Y caigo a pausas, y me deslizo suave, y caigo en cámara lenta.
Puedo ver en mi mente el reflejo impreciso deslizándose lento y continúo sobre la cama.
Y el impacto final, que da mi cuerpo al caer sobre una cama anhelante, que somete, que tortura, que ya no deja de soñar.

Un Dios que vive por sí mismo.
Un Dios que aprisiona con palabras.
Un Dios que devora a través del deseo.
Un Dios que se niega a través de la indiferencia.

La distancia es algo imprecisa.
La nostalgia aparente se pierde en medio de la cama compartida, del deseo que no perturba, del agua sobre la cual naufraga. Como el ruido de un faro lejano que me recuerda un llanto ahogado en mi garganta, un sabor que se pega en mi lengua, un cuerpo que acompaña y que aún no preciso reconocer.

Y lo dejo navegar sobre mis muslos desnudos, y que se apoderé de mi cabeza marchita, lo dejo aprisionarme con su omnipresencia, y agotar todos mis temores.

Y lo dejo doblegarme.
Y lo dejo someterme.
Y lo dejo soñar con que al fin soy suya.


III.-La marca de Dios

Vivir – morir
Dejar que el espacio sea aquel que se construye en nuestras mentes, y que se sustenta en nuestros cuerpos infieles.

Y las gotas caen, y el pensamiento me agobia... ¿Dónde estás?
Te busco entre los recovecos de mi mente, ¿Cómo detener?

Sabanas rojas, que espían mi cuerpo y se confunden con tus ojos de Dios doblegado, y dejas finalmente traslucir nuevamente la culpa del deseo.
Y me gusta mostrarme desnuda, vulnerable, sometida ante el placer que me provoca tu silencio anhelante, su invisibilidad consumada, tu distancia perpetua.

Vuelve la tortura del azul profundo.
De las inmensidades del océano omnipresente, que me embarga por completo.

¿Dónde esta Dios?
Me mira a la distancia, me marca con el fuego de su indiferencia.
Me deja ser, y odio la libertad de sólo ser, sin estar presa de su destino.

-Destino marcado a fuego sobre mi frente. –

Y me siento como oveja descarriada, animal que goza escapándose de tu rebaño, la marca de Dios sobre mi frente, frente que refriego contra las rocas hasta que el dolor y la sangre inundan por completo mi rostro.

Deja entonces que me queje y lance mis gemidos hasta tus oídos.
Deja perder los miedos y dejar que la llama de tu intensidad me penetre por completo.

- No es el cuerpo el que devora, es la mente la que destruye. –

Dios – Hombre
El escozor en mi vientre, las pupilas que se dilatan, el corazón que se arranca y aprisiona mi garganta. Los nudos de dolor, La presencia de su cuerpo sobre el mío.

Y finalmente se compadece de mi condición humana y lo siento respirar sobre mi almohada, y lentamente toma posesión de mi cuerpo y lo dejo que con su calor destruya mis defensas.

Entonces el Dios vuelve a poseerme, Dios vuelve a desear. Dios vuelve a pecar.

He ganado la batalla
He doblegado al Dios una vez más.


IV.- El despertar

La tierra que libera de los sueños, un alma desencajada que encuentra finalmente su espacio.

Dios ha muerto, los Dioses se han marchado, y sólo una estela de ráfagas de fuego queda por recuerdo. Un lecho quemado y destruido. Mi cuerpo fue finalmente purificado.

La tierra libera, las hojas dejan de caer, el abrigo del cuerpo desnudo posado sobre la tibieza de la madre. Ya no hay mareas ni alborotos, ya no hay noche interminable, no hay anhelo. Ya no son necesarios los disfraces de mortal.

El escape de la carne, la furia desatada, el vestigio del olvido, la podredumbre de la boca que escapa convertida en palabras. Finalmente ha desaparecido.

Y despierto tranquila y serena y dejo que su voz acompasada tranquilice mis pensamientos. Es un hijo de la tierra, es un mortal, es un hombre. Finalmente es un hombre.

La tierra despierta, y el sonido de su canto misterioso, vela la noche de los mortales. Abro los ojos, y volteo despacio. No, no es un sueño, esta ahí, con sus ojos cerrados, respirando suavemente. Parece un Dios como todos, como muchos, como aquellos, pero es mortal, y abre sus ojos y me mira para confirmarlo.

La oscuridad de la noche ya no es tal. Se levanta despacio y abre las cortinas; ¿Vez? Hay estrellas. Ya no es sólo noche.

Y me descubro frágil y vulnerable, y me abrigo en la esperanza de su existencia finita. La imagen del ídolo de pies de barro cae y se desmorona a sus pies. Yo existo!, Él es real.

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