lunes, enero 28, 2008

El anillo

Al abrir el buzón el molesto sonido me recordó de inmediato el viejo envase de W40 guardado en la caja de herramientas, y mientras tomaba el alto de cartas, sobres, y envoltorios plásticos que en realidad no eran cartas si no más bien cuentas, publicidad, cupones de descuento, los pensamientos se empezaron a atropellar al igual que los dedos en los sobres. Puse la correspondencia bajo el brazo izquierdo, mientras con la mano derecha buscaba la llave que calzaba en la entrada de la segunda puerta, cuando de pronto un sonido cristalino se dejó oír, la luz del faro no dejaba ver más que sombras, busqué con insistencia en la oscuridad sin mayores resultados, removí con el pie algunas plantas y ya a punto de desistir de la búsqueda, una rama dejó pasar un rayo de luz que se posó sobre el pequeño cristal. Las cartas cayeron en cascada, las llaves también, y una sensación de parálisis física y mental transformó mis pies en un par de enormes bloques de cemento que rompían la tierra y me arrastraban hasta el fondo.

Recordé lo que era llevarlo en la mano, y como la abrupta desviación del solitario de su base casi al minuto de que el anillo se posara en el dedo me había hecho enloquecer, suplicar: ¡Arréglalo!, pide que lo arreglen… Pero él no lo hizo, y la imperceptible desviación del solitario pesaba, molestaba, y me hacía sospechar.

¿Cuántas veces la mano recorrió angustiada los bordes imprecisos del buzón?. Dedos anhelantes, buscando como en un juego, buscando como si de verdad hubiese podido aparecer. -Profecía autocumplida-

Era muy difícil precisar que había ocurrido con el anillo, quizás él también lo había olvidado. ¿Hace cuanto que nadie hablaba o pensaba en aquello? Sí, por cierto, todos de algún modo u otro habíamos decidido olvidar.

Atropelladamente llegó la sensación de garganta apretada, contracción muscular y espasmos corporales al recordar la sólo idea de verlo, sentirlo cerca, y ahí estaba justo a mis pies brillando y tentando a la mano a acercarse y que la excusa de la curiosidad, me hiciera ver si aún calzaba perfecto.

Un instante después recogí el anillo del suelo y lo encerré en el puño intentando asfixiar el platino, doblegar el brillante, con la mente en blanco me senté bajo el buzón, abrí la palma, tomé el anillo y lo puse en dirección de la luz. No, no me sorprendió que el solitario estuviera en su sitio, y que se viera aún más espectacular que la primera vez que mis ojos se posaron en el. Permanecí inmóvil, y comencé a abandonarme a la sensación del pasado. Pero ocurrió que de improviso me liberé de la carga, abrí los ojos, busqué en el piso las llaves, abrí la puerta y salí a la calle.

Había un silencio algo cómplice, sólo se oía el ruido del agua pasando rauda bajo mis pies, el agua también brillaba, pensé que se afanaba en opacar el destello mudo de la piedra ya puesta correctamente en su lugar, asomé el cuerpo por la baranda, lancé al cause el anillo y no volví a mirar atrás.

No hay comentarios.: