lunes, abril 16, 2007

MARÍA

Siempre le habían gustado los uniformados, fuera de lo que fuera el uniforme, el sólo destello de los botones dorados lograba trastornarla. Parecía que el cambio de casa había resultado favorecedor a sus inclinaciones, ya que a menos de una cuadra de distancia, se erguía solemne y poderosa una Comisaría, manjar de dioses para aquellas que sueñan con alguien que ostente gallardo un uniforme.

Cada día Martínez toma su ubicación, era lo que se llamaba punto fijo, entre las 15:00 y 23:00 horas de lunes a viernes, en la garita que estaba en la esquina principal de las calles Pérez y Contardo. Martínez era un hombre sencillo, alto de tez morena, ojos negros y profundos, había llegado hace 5 años desde Parral a la capital, desde chico quiso ser Carabinero, sabía muy bien que no era un oficio fácil, si no que requería de constancia y dedicación, por lo cual tomaba con el mejor humor estar de punto fijo, además podía ver a todas las señoritas que desde las 16:00 en adelante comenzaban a comprar el pan, en la panadería que estaba justo enfrente de la Comisaría. Ya las conocía a todas de vista, sabía que días se comían pasteles y cuales sólo pan con margarina, conocía los horarios y preferencias de aquellas señoritas que sin cesar día tras día se dirigían a realizar las compras para sus casas.

Eran los primeros días de otoño, época en que aún las mujeres usaban vestidos delgados con los cuales jugueteaban las primeras brisas, cual hojas ligeras, los pliegues de los vestidos dejaban ver zonas del cuerpo que sólo la intimidad con una de ellas le hubiese permitido conocer. Las ubicaba a casi todas, más no conocía de nombre a ninguna, a veces las miraba con mucha calma tratando de adivinar sus nombres, pasatiempos e intimidades de acuerdo a como se vestían o caminaban. Ahí se sentía casi dueño de sueños, sus ojos podían posarse sobre ellas sin ningún temor, sin que nadie pudiera descubrir las miradas indiscretas que él les dirigía cada tarde.

María aquel día se arreglaba con mucha solemnidad, ya sabía que justo enfrente de la Comisaría estaba la panadería, por lo cual no podía desaprovechar la oportunidad de ir vestida cual princesa para conquistar las miradas de los posibles Carabineros que merodearan los alrededores, había a lo menos (Según sus cálculos) 15 posibles conquistas y no había tiempo que perder. Se puso un vestido que mostrara las rodillas, se calzo un par de zapatos de medio taco, de modo de verse ligeramente más alta y que marcara sus piernas, se maquillo y dejo que su cabello largo, cayera cual cascada sobre sus delgados hombros, se sabía una mujer atractiva y pensaba sacar provecho de aquello.

Caminó lentamente, reconociendo el paisaje, mirando sin dejar asomar su curiosidad. Poso su mirada en la sombra media oculta de un hombre en la garita de la esquina, la posición en que estaba no era de las mejores, sólo una sombra grande era lo que podía divisar por donde ella caminaba. Siguió su camino en dirección a la panadería, esperando que a la vuelta pudiera ver con mayor claridad la sombra que apenas divisaba por la distancia.

Ya de vuelta, Martínez no pudo dejar de asomar su cuerpo fuera de la garita, la mujer le llamo particularmente la atención, era nueva en el barrio de eso no había duda alguna, y su curiosidad fue lo bastante fuerte como para salir de la garita y pararse en la esquina para ver con mayor detalle a aquella mujer. Fue la primera vez que sus ojos se conocieron, los labios de María esbozaron una de sus mejores sonrisas, mientras que Martínez en un rictus casi simbólico, se quito su gorra y saludo a la mujer. Desde aquel día cada tarde ocurría el mismo episodio María sonreía, Martínez se quitaba su gorra y la saludaba.

Ya había pasado un tiempo que María consideraba más que prudente para que la relación avanzara un poco, ella tenía claro los horarios de Martínez y había planeado como acelerar un poco la situación. Aquel día juntamente con el pan, compro un pastel, y atravesó la calle en dirección de Martínez, le dedico una de sus mejores sonrisas y le tendió la mano con el paquete diciéndole “Me imagino que esto le servirá para dar un poco de dulzura a su trabajo. Nos vemos”, y continúo su camino. Ella sabía que el silencio de Martínez era un logro, había quebrado el esquema de aquel hombre, y tenía que estar más bella que nunca al otro día.

Aquel Pastel marco el comienzo de las escapadas de María, sin falta y a eso de las 22:00, se dirigía a la garita, donde ambos daban rienda suelta a su pasión en la oscuridad, sólo disponían de 1 hora antes del cambio de guardia, era una hora muerta, sin más ruído que el provocado por sus cuerpos gimiendo en medio de la noche.

La desesperación rondaba el ambiente, el deseo de consumar el acto y dar rienda suelta a sus pasiones, ella siempre ligeramente desnuda, apretada entre el cemento frío de la garita y el calor de las manos de Martínez. Él no podía quitarse la ropa, ella jamas lo permitía, el único modo de poseerla era vistiendo el uniforme y dejando que ella diera rienda suelta a sus pasiones. Un día él le susurra al oído unas palabras mientras la estrecha contra su pecho, palabras que a los oídos de María resultan como dardos que aprisionan su cuerpo. Al despedirse intercambian un par de sonrisas y María le dice; Lo pensaré y regresa a casa.

Ella resolvió no verlo más, no quería compromisos y sólo anhelaba un uniformado que le permitiera dar rienda suelta a sus pasiones, no le importó la declaración de amor que le había hecho Martínez, definitivamente eso no le interesaba.

Busco otro sitio donde ir a comprar el pan hasta que a Martínez le concluyera el punto fijo. Transcurrieron un par de semanas hasta que ella volvió a seguir con su antigua rutina, Martínez ya no estaba más y María inicio nuevamente su conquista, busco a quien sonreír, a quien mirar, eligió otra vez al nuevo punto fijo, compro el pastel, consiguió un nuevo amante, y comenzaron los encuentros, ella desnuda apoyada en el frío cemento, unas manos tibias que la recorrían, unos botones dorados en los cuales perder la mirada.

De pronto María siente el ruido de un trueno en sus oídos, y viene la confusión, se escucha un segundo trueno y ella siente un líquido espeso recorriendo su pecho, un tercer trueno, y un ligero destello de luz le permite ver la cara de Martínez y algo que sale de su cabeza. Ella ya no ve nada más, sólo siente que el cuerpo caliente que la estrechaba hace solo unos instantes cae desplomado en el suelo, a ella aún le quedan algo de fuerzas, y camina a medida que siente que la sangre cae y se pierde en medio de la oscuridad. Todo es confuso, un tumulto que corre, ruidos, sirenas, gritos, luces que se encienden, y llega hasta él, no hay asomo de vida en Martínez, sólo un mar de sangre y sus sesos desperdigados por todas partes, su mano rígida apretando la pistola.
María siente que poco a poco todo se vuelve silencio, se acomoda sobre el pecho inerte de Martínez, le susurra algunas palabras y cierra sus ojos, mientras la noche termina de rodearla por completo.

2 comentarios:

Un Mono dijo...

*Glup*
Me recuerda esas historias de cómic independiente antiguas.

J. dijo...

Este vendría a ser una especie de cuento Kitsch. Es uno de mis “clásicos”. Hace años yo publicaba cuentos en Internet y entre las leserillas que escribo de cuando en cuando por acá, subo alguno de esos cuentos.

Supongo que esta historia es algo que ilustra una realidad que hoy en día no se aprecia. Cuando chica, era muy común oír comentarios del tipo: “Sólo las nanas salen con los pacos”. Más de alguna vez oí decirle a una de las nanas que evitara andar paseándose por la Comisaría, por que era mal visto y además porque no la iban a tomar en serio. Ese tipo de actitudes, ahora casi no se ven. ¿Seremos más hipócritas y nos cuesta reconocer lo clasista y sectaristas somos?, ¿Son mejor “vistos” los carabineros?.

En fin… como siempre sólo es un grano de tierra amplificado...