martes, octubre 21, 2008

Creyentes...

Justo frente a mi cama hay dos imágenes: San Martín de Porres y San Sebastián. Luego del baile, del carrete, de las lecturas de madrugada mi amiga me pregunta: ¿Qué hace esa foto de un hombre lleno de flechas frente a tu cama? . Y yo se lo presento: Él es San Sebastián, es uno de mis santos favoritos, quizás mi santo favorito.

Junto a mí cama si apagas la luz veras que algo resplandece. Es mi rosario de cuencas fluorescentes, que brilla y brilla sobre el velador. Esta puesto sobre una lámpara de fierro que tiene figuras que suben por una escalera y otras que miran como las primeras suben. Cuando alguien me preguntó que dónde irían las personas de la lámpara, le respondí que eran escaleras para subir al cielo. La luz que emana de la ampolleta es mi idea de Dios...Luz, sólo luz... yo sé que el cielo es de pura luz, por eso los ojos de los hombres no podrían ver a Dios si quisieran. Siempre me he figurado a Dios como una ampolleta gigantesca que ilumina más que el sol y que esta permanentemente encendida sobre mi cabeza.

Yo no suelo hablar ni escribir de estás cosas, puesto que yo desconfío de la gente demasiado creyente. Sobre todo cuando escucho a la mujer aquella diciendo que todo es una prueba del señor, o que esta donde el señor la manda mientras lastima a quien puede a su alrededor, mientras miente, mientras goza con el dolor ajeno diciendo que son castigos divinos.

Yo suelo evitar escribir y hablar de esto, porque me siento perturbada cuando mi fe se transforma en una ampolleta gigante que cércena mis pensamientos y aflige mi cuerpo. Evito a los que profesan su fe a los cuatro vientos porque a veces me acerco a ellos y terminan pareciéndome más terroristas que cristianos...

Yo a veces espío a los creyentes, porque la curiosidad me abruma y quisiera saber porque ellos creen tan ciegamente en sus santos. Quizás al igual que a mí a ellos de cuando en cuando les rebota un milagro en la cara y les dan ganas de gritar ¡hosanna en el cielo!...porque sabrás que si cantas en vez de orar, la oración vale el doble.

No siempre debo ser santo de su devoción (De Dios), y a veces olvido lo que prometo si estoy en medio de la desesperación y la locura. Entonces para que la ampolleta no me queme las pestañas prendo un paquete de velas adicionales por la promesa olvidada...

Yo suelo no decir estás cosas, yo suelo desconfiar mucho en aquellos que me parecen demasiado creyentes...